Un mundo sin Arte


Me emocionaba ver aquel grupo de chavales jugando con sus propias sombras, creaban personajes, vivían una aventura, era lo único que tenían al alcance de la mano. Su imaginación era la única pantalla de cine que les quedaba, el único sitio donde proyectar sus sueño.

Había pasado mucho tiempo desde que acabo todo, ya casi no lo recordaba.

Todo se fue oscureciendo, la música desapareció.

La gente escondió sus instrumentos por miedo al que dirán, y todos buscaron un trabajo «normal». Se perdía mucho tiempo yendo a ver como otros se divertían haciendo música y se podía ser feliz con mucho menos, por ejemplo sin música en directo.

Cuando me asomo a la ventana veo siempre la misma película, gente gris que anda por las aceras, coches a toda velocidad y ni un fallo de raccord, nada que nos haga disfrutar de un espectáculo único e irrepetible como fue en sus tiempos el teatro.

Quedan grupos clandestinos que todavía representan historias, muy pocos. Historias que te trasladan a otras épocas, que te tocan un poco el corazón, pero cada día son menos, no han podido sobrevivir, todos les dimos la espalda.

Hace poco me colé en un teatro abandonado, paseaba por dentro como el fantasma de la opera. Miraba al escenario, aquel escenario que represento mil historias, ahora vacío, sin arte. Aún podías escuchar, si acercabas el oído a sus columnas, el eco de los aplausos. El aplauso del público, cuando estábamos vivos, antes de convertirnos en la sombra de lo que fuimos.

Asistimos al funeral de la cultura agotados de luchar, aunque todos no fuimos al entierro, esa es la verdad. Cuando miro atrás pienso que debimos de actuar, de hacer nuestra pequeña revolución, debimos no dejarnos pisotear y luchar con nuestra mejor arma: El arte.

Ya todo acabó en mi mundo imaginario, pero si estas leyendo esta carta en el mundo real no dejes que ocurra lo mismo, sube el volumen de la música, haz reir, haz llorar, baila y déjate llevar por la magia del cine. Y no dejes que nadie te apague los sentidos.